Como tantas cosas malas, la generalización
de la perversión política de las palabras
comienza con la revolución francesa.
entonces se inicia la práctica generalizada de
su secuestro, del reclutamiento forzoso de
las palabras como eficaces guardianes de los
regímenes de terror.
Por: Hermann Tertsch (España)
Eurodiputado de Vox
La manipulación de las palabras, el vaciamiento de sus contenidos, la sustitución de los mismos por mensajes o implicaciones distintas o contrarias, los recursos al cinismo o al eufemismo para destruir verbos, apartar palabras del repertorio o envenenarlas es una de las principales armas del totalitarismo, junto al fusil, el potro de tortura, la cárcel o el patíbulo. Todos nos hemos acostumbrado por desgracia a oír a dictadores muy nuestros, muy iberoamericanos, usar unas palabras bellas para describir exactamente lo contrario de su significado real.
En España como en todos los países que han tenido la desgracia de tener un protagonismo de las fuerzas comunistas en su historia, la manipulación semántica tiene larga tradición. Aunque es cierto que ahora alcance niveles extravagantes con la nueva subcultura “woke” engendrada en los laboratorios neomarxistas de las universidades norteamericanas, el nido más fértil para los huevos envenenados de la Escuela de Frankfurt, el más eficaz enemigo interior de la civilización occidental.
El propio término “republicano” está en España contaminado por la insistencia de la izquierda española en condenar este término a su relación permanente con la II República Española. Este régimen que nació irregularmente y dando rienda suelta al odio al mes de existir con la quema de iglesias y conventos y que tras solo un lustro de existencia llevó a España a la guerra civil, fue un régimen brutal, fracasado y tan poco querido por sus defensores que todos recalcaban que la República era solo un paso hacia la dictadura del proletariado. Comunistas y socialistas no se distinguían en absoluto en este sentido. Largo Caballero despreciaba la democracia tanto como Dolores Ibarruri y era Stalin desde Moscú el que tenía que pedir moderación a ambos.
De ahí que equiparar “bando de los republicanos” con el “bando de los demócratas” es un disparate y una colosal fa[1]lacia. Y sin embargo es precisamente esta la clave de bóveda de toda la construcción de mentiras montada para una revancha con objeto de que la izquierda gane la guerra que perdió hace casi 85. Un proceso muy parecido se ha producido en Iberoamérica donde las izquierdas han legitimado a los terroristas que provocaron los golpes militares y tras las transiciones inspiradas en la española han llegado las revanchas también con masiva manipulación de la palabra y de los hechos. Hasta convertir en mal absoluto a Pinochet, bajo cuya dictadura fueron víctimas mortales en la represión 3,000 personas en 16 años. Pero en bien absoluto a Fidel Castro, Chávez o Maduro, que han asesinado a cientos de miles. Y hoy los terroristas que mataron a inocentes en democracia y provocaron los regímenes militares, están gobernando mientras militares, policías y funcionarios que defendieron su país contra el terrorismo están encarcelados, marginados , inhabilitados y sometidos a todo tipo de vejaciones o muerte civil.
En Europa hay muchas monarquías como la británica o la sueca, la holandesa o la danesa o la noruega, que son democracias impecables, sociedades de libre mercado que mantienen su forma de Estado como símbolo de la continuidad y unidad nacional y lealtad a la tradición. Funcionan en muchos sentidos de forma mucho más “republicana” que algunas repúblicas presidencialistas con ínfulas casi imperiales como por ejemplo Francia. En España la monarquía es algo más, aunque quizás haya menos monárquicos que en otras monarquías. Y es porque se contrapone a “una república” que la izquierda quiere imponer a imagen y semejanza de la II República que, por muchos embustes que cuenten en todos sus libros y medios, fue un régimen sovietizado, violento, totalitario, brutalmente represor y criminal y anticlerical hasta perpetrar el peor genocidio de clero y seglares habido nunca. Fueron sus imparables asesinatos que culminaron en el asesinato del jefe de la oposición lo que llevó al ejército a alzarse en principio para una reconducción de la república. Al no triunfar el golpe militar en todo el país se desencadenó la guerra civil que tras tres años de carnicerías fratricidas ganaron las fuerzas nacionales anticomunistas y la perdieron todos los que habían acabado, la mayoría sin quererlo, integrados en un frente comunista. La manipulación de las palabras se ha disparado en España con la llegada de ese gobierno socialcomunista, con tantas similitudes al chavismo americano en su falta de escrúpulos, mentira generalizada, corrupción masiva y manipulación brutal de la realidad presente y pasada, con unas ofensivas ideológicas para imponer la falsificación de la historia como una verdad inobjetable bajo persecución administrativa y penal.
El republicanismo del actual gobierno español es lo más alejado del republicanismo cívico y más cercano a este feudalismo tribal y los demás abusadores del socialismo del siglo XXI o narcocomunismo. Pero además supone un permanente desprestigio de la oposición republicana por muchos problemas reputacionales que haya tenido la monarquía española en los últimos tiempos, en parte por responsabilidad del anterior Rey Juan Carlos I, pero en mayor parte orquestados por una campaña de la izquierda comenzada bajo José Luis Rodríguez Zapatero, que ya había forjado su alianza con los terroristas vascos de ETA y los separatistas de Cataluña para el asalto destructor de la soberanía y unidad de España. Ese asalto continúa y el proyecto del Frente Popular que hoy gobierna Pedro Sánchez pasa sin duda por la liquidación de la monar[1]quía y de la unidad de España.
Todos percibimos que los medios de comunicación de estos regímenes tienen un lenguaje en el que hay abismos entre su probo significado y el sentido que se le otorga. Todos nos vemos con razón transportados a los escenarios de distopias en la literatura de Aldos Huxley o George Orwell. De Ministerios de la Verdad que solo inventan mentiras. Que hablan de manifestaciones pacíficas cuando la barbarie de policías del régimen o de guerrilla comunista quema ciudades e intimida a la población. En realidad estamos en muchos aspectos mucho más allá de lo que habrían jamás imaginado nuestros célebres escritores.
Como tantas cosas malas, la generalización de la perversión política de las palabras comienza con la Revolución Francesa. Entonces se inicia la práctica generalizada de su secuestro, del reclutamiento forzoso de las palabras como eficaces guardianes de los regímenes de terror. Se comienza vaciándolas de su sentido original y dándoles otro alternativo más conveniente para los fines del poder en la manipulación de las voluntades y conductas de los individuos.
“Si esa es la sociología del wokismo, sus instrumentos son el pensamiento único, el señalamiento de herejes, la censura global (cancelación sistemática) y la limitación de la libertad. Todo lo contrario del republicanismo cívico”.
Famosos son también los nazis por su capacidad de perversión del lenguaje hasta inventarse prácticamente un nuevo lenguaje, esa “Lingua Tertii Imperii”, la Lengua del Tercer Reich que se forjó en los tenebrosos doce años a que quedó reducido el Imperio de los Mil Años de Adolf Hitler y que describe con inolvidable sabiduría en su libro “LTI. La lengua del Tercer Reich: Apuntes de un filólogo”, el profesor Viktor Klemperer, superviviente casi milagroso del nazismo.
Pero hay que reconocer que, sea porque ha tenido más tiempo o porque ha tenido mucha más militancia a lo largo de más de un siglo para la tarea de “tunear”, manipular o directamente profanar palabras, los campeones en esta perversión como en tantas otras ha sido el movimiento comunista internacional con sus infinitas variaciones, terminales, cómplices y desviaciones.
Ferdinand Peroutka fue un periodista de la Checoslovaquia ya desaparecida que luchó toda su vida por rescatar las la palabra es el respeto a la verdad, lo que más temen los dictadores y los comunistas en especial. Peroutka murió en 1978 sin ver como once años después su país recuperaba la libertad bajo el liderazgo de un valiente de la palabra, el dramaturgo Vaclav Havel, quien, con la verdad por bandera, dirigió la Revolución de Terciopelo que arrolló al régimen comunista y hoy tiene uno de los países más prósperos y más anticomunistas de Europa.
Hoy en España y en la mayor parte de los países iberoamericanos es casi tan difícil defender la verdad de las palabras como lo era para los oyentes de Peroutka bajo el régimen estalinista de Klement Gottwald. Tras medio siglo de avance de la ofensiva cultural de la izquierda en todo Occidente sin apenas resistencia, la hegemonía de los manipuladores es masiva. Esto se debe a su perseverancia, fanatismo y falta de escrúpulos para recurrir a la ilegalidad pero también a que una derecha entreguista, egoísta, codiciosa y débil le entregó la educación, la comunicación, la información y la cultura, todos los ámbitos de la palabra. Y sin embargo hay esperanza. La recuperación de la palabra va de la mano de la recuperación de esa Res Pública que nos arrebata la izquierda allá donde se impone. Precisamente porque la ideología redentora y totalitaria del neocomunismo en sus diferentes versiones, con su pulsión de fabricación de realidades paralelas para beneficio de sus castas privilegiadas es incompatible con la verdad y el compromiso con la realidad y la razón que la Cosa Pública exige.