Mercado y bien común

El modo más adecuado de no exacerbar la razón
instrumental del capitalismo, y de hacerla funcional
a la razón práctica que subyace a la acción prudente,
es uniéndola al bien común. la coordinación entre
los objetivos concretos del bien espiritual de la
república, y la eficiencia en el uso de los medios, es el
camino para mantener la continuidad y el equilibrio
de los diversos aspectos de la condición humana.

 

Por: Raúl Madrid (Chile)
Doctor en Derecho, Universidad de Navarra (España).

 

Hoy el capitalismo está de moda. Ya sea para alabarlo o para denostarlo, su popularidad crece como la espuma. En los tiempos contemporáneos, sin embargo, estas dos actitudes -contradictorias en sí mismas- suelen coexistir pacíficamente en las mismas personas, como el caso de aquel que utiliza un Iphone para tuitear en contra del mercado. Cosas de la postmodernidad, podría decirse, en la medida en que esta manera de entender el mundo no se siente vinculada con ninguna consecuencia, y acepta tranquilamente postulados e interpretaciones que en realidad son opuestas.

Como sabemos, el capitalismo surge como doctrina en Europa durante el siglo XVI. Su esencia es la propiedad privada de los medios de producción, la importancia del capital como generador de riqueza y la asignación de los recursos a través del mecanismo del mercado. La propiedad privada, sin embargo, es constitutiva y propia de la condición humana; no comienza con el capitalismo sino al revés: este es una expresión doctrinal, institucional, de la potestad humana de elegir, que acompaña al ser humano desde el principio de su existencia como especie.

Lo anterior equivale a afirmar que la propiedad individual del mundo material –y por lo tanto, de los medios de producción– tiene un fundamento natural: es una consecuencia de la libertad intrínseca del hombre, entendida como una cierta capacidad de elegir entre dos o más alternativas, o no elegir ninguna de ellas. Cada individuo da forma a los medios a través de los cuales busca su fin propiamente humano, según sus circunstancias específicas. Sin embargo, este proceso no es indisociable de la dimensión corpórea de la humanidad, porque el ser humano tiene de hecho un cuerpo y actúa en un mundo material de objetos singularizados. Esa libertad de atribución opera también en sentido dinámico, como la posibilidad de establecer diversas relaciones sobre los bienes y el capital y los otros hombres, para hacerlos prosperar. El bien humano, por lo tanto, se verifica a través de una síntesis concreta de elementos espirituales y materiales, y también en la comunidad y por medio de ella.

 

Como en toda acción humana, los actos particulares de un sujeto o de muchos pueden perder su bondad moral en el caso concreto para el agente, aunque la acción sea en sí misma buena. En el ámbito de los bienes corpóreos, la intención del agente o las circunstancias podrían hacer que ese acto concreto perdiera su bondad moral, pero esto no haría que la naturaleza de la acción se vuelva mala. Así, por ejemplo, las acciones destinadas a aumentar los bienes -que en sí misma es buena-, podría convertirse concretamente en mala si el agente pierde de vista el bien de la comunidad en cuanto tal y solo atiende a su conveniencia particular.

Ahora bien, según recuerda Charles Taylor, este ámbito del capital y del mercado se encuentra regidos por una razón instrumental; es decir, por aquella que calcula la aplicación más económica de los medios a un fin dado. Este tipo de racionalidad es adecuado a su objeto, y satisfactorio para el ser humano siempre y cuando no exceda sus límites, y no invada los ámbitos de la razón especulativa o de la razón práctica (es decir, del pensamiento o del bien moral). Si ello ocurre, se genera un gran desasosiego, porque lo que debe ser regido por otros criterios, pasa a diluirse en el criterio de costo/beneficio.

Observando este fenómeno, Marx cometió el error de universalizarlo, estigmatizando la propiedad misma. Por eso sostuvo erróneamente que uno de los resultados del capitalismo es (de manera necesaria) que “todo lo sólido se desvanezca en el aire”. Es decir: lo duradero sería invariablemente apartado (por el capital y el mercado) en beneficio de la mercancía (commodity), lo sustituible; pero ni el capitalismo ni el mercado eliminan nuestra libertad. En otros términos: esta lógica instrumental desbordada lleva a la conclusión de que nada está fuera del cálculo económico, lo que es falso y no representa la concepción natural del capitalismo ni del mercado.

El modo más adecuado de no exacerbar la razón instrumental del capitalismo, y de hacerla funcional a la razón práctica que subyace a la acción prudente, es uniéndola al bien común. La coordinación entre los objetivos concretos del bien espiritual de la república, y la eficiencia en el uso de los medios, es el camino para mantener la continuidad y el equilibrio de los diversos aspectos de la condición humana, y constituyen el requisito para que todos los factores operen en favor de su bien. Así, el capital y el mercado, como instrumentos que son, no son ni buenos ni malos en sí mismos (sino coherentes con la naturaleza humana): responden a un impulso natural, y se definen por tanto en relación con el fin. Dicho de otra manera, el bien común es un horizonte de significado para el capitalismo.

En los tiempos contemporáneos, sin embargo, estas dos actitudes-contradictorias en sí mismassuelen coexistir pacíficamente en las mismas personas, como el caso de aquel que utiliza un Iphone para tuitear en contra del mercado. Cosas de la postmodernidad, podría decirse”.

Esto es válido para el mayor mercado de nuestro tiempo y de nuestra historia: la tecnología en general, y las tecnologías de la información en particular, que cubren todos los aspectos del desarrollo humano simultáneamente en todo el orbe. Nuestras organizaciones políticas deben hacerse cargo de que las estructuras de gobierno son inconcebibles sin las nuevas tecnologías, en las cuales la razón instrumental es dominante. Esto representa a la vez un problema y una oportunidad.

Es un problema porque la primacía de la razón instrumental en la tecnología conduce la tentación de ofrecer soluciones tecnológicas a problemas que no se valoran tecnológicamente (como la política). Así, la promesa de liberación ofrecida por la tecnología puede derivar en un bienestar frívolo si no se tienen en cuenta las relaciones de jerarquía entre razón especulativa y razón práctica –por una parte– y razón instrumental por la otra, o bien entre capitalismo y bien común, otra forma de expresar el mismo problema. Este desequilibrio es, ciertamente, una de las causas del desasosiego en nuestras sociedades.

Por ello, es más necesaria que nunca la adecuada armonía entre el Estado y el mercado: para corregir las deficiencias de este último originadas en su carácter instrumental, y para colaborar con el bien común, que representa la medida de la máxima perfección de los ciudadanos.