Cuando los padres fundadores de los estados unidos,
reunidos en Filadelfia en septiembre de 1787, discutían el
tipo de gobierno que deseaban establecer tras haberse
independizado de la corona británica, la dama Elizabeth
Willing Powel le preguntó al delegado Benjamin Franklin,
presidente de la convención constituyente: “Bueno,
doctor, ¿qué tenemos, una república o una monarquía?”. La
respuesta de franklin ha quedado grabada para la historia:
“una república, si la puede mantener”.
Por: Daniel I. Pedreira (Cuba)
Doctor en Ciencias Políticas y profesor adjunto en la Universidad Internacional de la Florida y la Universidad de Miami.
El 20 de mayo de 1902, una gran multitud de dirigentes políticos y veteranos de la Guerra de Independencia (todos hombres) se dieron cita en el Salón de los Espejos del Palacio de los Capitanes Generales de La Habana (Cuba) para hacer historia. Ese día, y en esa ceremonia solemne, el general estadounidense Leonard Wood, gobernador militar de Cuba, le traspasó el mando de la nueva República de Cuba a su primer presidente, Don Tomás Estrada Palma. Desde ese día, el 20 de mayo se convirtió en fiesta nacional para Cuba y para su sistema republicano de gobierno.
La república comenzó a marchar hacia adelante, intentando dejar su pasado virreinal en el retrovisor. De hecho, durante sus 57 años de existencia, la República de Cuba tuvo muchos aciertos, tanto para la sociedad cubana como para la comunidad internacional.
Gradualmente Cuba desarrolló una robusta legislación económica, electoral, social, laboral, agrícola y educativa. Además, el país fomentó una amplia y fuerte sociedad civil, así como a la empresa privada, la inversión y el comercio internacional. En el ámbito internacional, Cuba debutó en el concierto de las naciones, estableciendo relaciones diplomáticas con países en América Latina, Europa y Asia.
Sin embargo, Cuba encontró varios obstáculos que dificultaron el pleno desarrollo de su república, lo que llevó a su eventual colapso en 1959. Un obstáculo principal fue la creación de un sistema presidencial, en el cual la figura del presidente poseía amplios poderes en relación al Congreso y al Tribunal Supremo. La presidencia en Cuba ilustró el fenómeno, muy prevalente en América Latina y conceptualizado por el politólogo Guillermo O’Donnell, de la democracia delegativa. Según O’Donnell, “las democracias delegativas se basan en la premisa de quien sea que gane una elección presidencial tendrá el derecho a gobernar como él (o ella) considere apropiado, restringido solo por la dura realidad de las relaciones de poder existentes y por un periodo en funciones limitado constitucionalmente”. O’Donnell explicó que “el presidente es considerado como la encarnación del país, principal custodio e intérprete de sus intereses”.
Otro de estos obstáculos fue el deseo de algunos dirigentes cubanos de permanecer en el poder. Las crisis nacionales de este tipo comenzaron desde el mismo principio de la república, cuando el presidente Estrada Palma buscó ir a la reelección. La Constitución de 1901 permitía la reelección presidencial, pero surgieron acusaciones de irregularidades electorales. La crisis política suscitada en 1906 dio paso a la Segunda Intervención Norteamericana, la cual duró hasta 1909. En 1917, el presidente Mario G. Menocal y Deop resultó reelecto, pero fue acusado por la oposición de fraude electoral. Una década más tarde, el presidente Gerardo Machado Morales quiso permanecer en el poder mediante una prórroga de poderes, fomentando una revolución cívico-militar que llevó a su derrocamiento en 1933.
“Sin embargo, Cuba encontró varios obstáculos que dificultaron el pleno desarrollo de su república, lo que llevó a su eventual colapso en 1959. Un obstáculo principal fue la creación de un sistema presidencial, en el cual la figura del presidente poseía amplios poderes en relación al Congreso y al Tribunal Supremo”
La Constitución de 1940 buscó eliminar estos problemas evidentes al establecer un régimen semipresidencial y prohibir la reelección consecutiva. Con el semipresidencialismo se intentó limitar los poderes del presidente, quien ahora los compartiría con un primer ministro. Los presidentes cubanos podían ir a la reelección, pero solo tras permanecer fuera del poder durante un periodo.
Aunque los delegados a la Asamblea Constituyente de 1940 vieron claramente los problemas que acechaban a la República de Cuba durante sus primeros años, fue más difícil poner esas reformas en vigor. Se estableció el cargo de primer ministro, pero los presidentes cubanos mantuvieron su poder y su papel protagónico a la cabeza del gobierno cubano. Los presidentes cubanos respetaron la no reelección consecutiva, pero esto no impidió que Fulgencio Batista, electo presidente en 1940, deseara volver al poder de una forma u otra. Viendo su poca aceptación en las encuestas antes de las elecciones generales de 1952, Batista volvió al poder mediante un golpe de Estado el 10 de marzo de ese año. Es cierto que este golpe de Estado agilizó el levantamiento popular en su contra, denominado “Revolución cubana”, que culminó con su derrocamiento y el colapso de la República de Cuba. Pero, en contra de quienes opinaban que “sin un Batista no hay un Castro”, los problemas de la república se desarrollaron durante un largo periodo.
Otro problema que debilitó al sistema republicano en Cuba fue la idea de la revolución como fuente de derecho.
Esta idea se materializó en ley a raíz de la Revolución de 1933, en contra del gobierno del presidente Machado. En un dictamen del 1 de marzo de 1934, el Tribunal Supremo de Justicia determinó que aquella sublevación era fuente de derecho, legalizando así los decretos y otras decisiones realizadas en ese periodo. Este concepto subordinó a la Constitución cubana a la sublevación de algunos civiles y militares, quienes no contaban con la voluntad popular expresada a través de elecciones libres.
La revolución como fuente de derecho le sirvió a Fulgencio Batista para justificar y legitimar su golpe de Estado, presentado en términos revolucionarios, y el gobierno que surgió del mismo, alegando que se había realizado para revivir las metas de la Revolución de 1933. En los primeros días de enero de 1959, tras la caída del gobierno de Fulgencio Batista, el Tribunal Supremo de Justicia rehusó tomar el juramento presidencial al Dr. Carlos Piedra y Piedra, sobre quien recaía la presidencia constitucionalmente, por ser el magistrado más antiguo del Tribunal Supremo. El razonamiento del Tribunal Supremo fue que el nuevo gobierno llegó al poder por un proceso revolucionario y, por lo tanto, era legal.
Cuando los padres fundadores de los Estados Unidos, reunidos en Filadelfia en septiembre de 1787, discutían el tipo de gobierno que deseaban establecer tras haberse independizado de la corona británica, la dama Elizabeth Willing Powel le preguntó al delegado Benjamin Franklin, presidente de la Convención Constituyente: “Bueno, doctor, ¿qué tenemos, una república o una monarquía?”. La respuesta de Franklin ha quedado grabada para la historia: “Una república, si la puede mantener”. Hoy, al mirar hacia el futuro de Cuba y estudiar el mejor sistema político para la Cuba del futuro, hacemos la misma aseveración. La historia de Cuba nos demuestra cómo mueren las repúblicas y nos subraya la gran importancia de mantenerlas vivas.