Presentación
El concepto de república hoy es una especie de cajón de sastre en el que caben todas las interpretaciones y aproximaciones, inclusive aquellas formuladas para encadenar a las libertades.
En el siglo XX solíamos escuchar que uno de los totalitarismos más tremebundos de la humanidad -es decir, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS)- también se llamaba república. Los comunistas españoles que asesinaban sacerdotes y humillaban monjas igualmente se reclamaron del “bando republicano”.
Hoy, en Hispanoamérica, el eje bolivariano, agrupado en el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla, agita a los cuatro vientos las banderas de “la república plurinacional con equidad de género” sobre la base de una entelequia nacida en las comisiones ideológicas de los partidos comunistas y de izquierda antisistema: los llamados “pueblos originarios”.
¿Cómo así entonces el concepto de república llegó a ser expropiado, vaciado de contenido, a tal extremo que los despotismos más inclementes de la humanidad reclaman la idea para sus proyectos? ¿En qué momento un concepto, un debate, que se constituyó en una de las columnas en la construcción de Occidente se convirtió en una coartada para los enemigos de la libertad?
Siempre vale señalar que, sin proyecto republicano –es decir, sin un proyecto de comunidad política basado en instituciones permanentes y predecibles, que representen a toda la sociedad, y controlen el poder–, no es posible imaginar las libertades, ya sean políticas o económicas. Y también vale recordar que el concepto de república es una de las ramas de la filosofía griega, latina, y medieval, que tuvo como objeto reflexionar sobre cómo las sociedades debían construir una comunidad política.
La idea de una “res pública” siempre aludió al intento de una comunidad de organizarse políticamente, encontrando las formas y los procedimientos para crear instituciones que busquen el bien común. En el pensamiento de Platón, Aristóteles, Po[1]libio, Cicerón y Maquiavelo, de una u otra manera, encontramos diversas aproximaciones que nos permiten hablar de una idea de república.
La república de Roma es el mayor ejemplo, porque nos remite a un republicanismo clásico y antiguo. El sistema republicano romano duró cuatro siglos y medio, y se convirtió en la república más longeva de la historia de la humanidad. El Senado que representaba a la aristocracia latina, y los cónsules que ejercían el poder ejecutivo y el veto decisivo de los tribunos del pueblo, posibilitaron la construcción de un sistema de instituciones que perduró por varias centurias. Las instituciones parecían eternas y se contrapesaban entre sí. Si el Senado aprobaba una mala ley, los tribunos vetaban y, de pronto, las instituciones lograban representar a todos los estamentos de la sociedad.
La revolución estadounidense, entonces, es radicalmente diferente a la francesa. Una afirmó y consolidó instituciones, mientras que la otra lo destruyó todo. De allí viene el equivocó de llamar “fundaciones republicanas” a las revoluciones en Hispanoamérica”.
En el republicanismo antiguo, entonces, existían dos ideas centrales que se atribuían a las repúblicas: la continuidad de las instituciones y el control del poder. De allí que los clásicos consideraran que una monarquía (gobierno de uno), una aristocracia (gobierno de pocos) y una democracia (gobierno de muchos) podían convertirse en repúblicas si lograban construir instituciones y controlar el poder de uno, de pocos y de muchos.
Sin embargo, el proyecto republicano habría de conocer a uno de sus principales enemigos cuando el general Julio César, vencedor de las Galias, cruzó el Rubicón con un ejército y aplastó las instituciones romanas con el apoyo de las muchedumbres y las turbas enardecidas. A partir de allí todos los proyectos republicanos sucumbirían al liderazgo mágico y plebiscitario de un general, de un caudillo, de un partido que reclamaba la representación de una clase o de una nación, siempre respaldados por una muchedumbre circunstancial. Todos los funerales republicanos suelen desarrollarse de esa manera desde Julio César hasta los asaltos al poder de Hugo Chávez y Evo Morales.
No obstante, también vale recordar cómo así el concepto de la república comenzó a asociarse con una visión anti monárquica. Los revolucionarios franceses le cortaron la cabeza a su rey e hicieron tabula rasa de todas las instituciones forjadas en siglos de monarquía gala.
Los “revolucionarios estadounidenses” se volvieron reformistas y, entonces, se separaron de la corona británica, declararon su independencia, pero preservaron todas las instituciones que habían construido desde la llegada del Mayflower. Los revolucionarios franceses le cortaron la cabeza a su rey para representar “a la nación, a la soberanía del pueblo”. Es decir, para construir una utopía institucional que nunca había existido. El resultado: jacobinismo, terror, muerte y guerras europeas que inflaron los cementerios de Europa con millones de muertos. Los reformistas estadounidenses se separaron de la corona británica para preservar las instituciones construidas en décadas de experiencia colonial y construyeron una república sin rey, que perdura hasta hoy.
La revolución estadounidense, entonces, es radicalmente diferente a la francesa. Una afirmó y consolidó instituciones, mientras que la otra lo destruyó todo. De allí viene el equivocó de llamar “fundaciones republicanas” a las revoluciones en Hispanoamérica que se desgajaron del imperio español. Liderar revoluciones contra una monarquía de ninguna manera funda una república, si se arrasa con las instituciones existentes y solo se considera que la república es sinónimo de anti monarquía.
Las repúblicas latinoamericanas, al arrasar con las instituciones de la experiencia virreinal, desampararon al mundo indígena que había prosperado bajo el imperio español, a las sociedades indígenas que poseían la mayoría de las tierras virreinales al momento de las independencias. En pocas décadas de “experiencias republicanas”, las comunidades indígenas fueron despojadas de sus tierras y excluidas de los sistemas de sufragio y propiedad.
Y las repúblicas hispanoamericanas se convirtieron en sinónimos de inestabilidad, de golpes de Estado, cuartelazos y guerras civiles entre criollos por el despojo de las tierras indígenas. Como en la revolución francesa, las revoluciones latinoamericanas solo convocaron tragedias para las mayorías.
El fracaso de los proyectos republicanos de la modernidad proviene de la soberbia ilustrada que considera que las instituciones –es decir, las entidades donde los sectores de la sociedad se organizan y establecen derechos y obligaciones– pueden formarse en base a un planeamiento racional, en base al puro ejercicio racional, ignorando las tradiciones, la historia y la experiencia de una determinada sociedad. Esa soberbia ilustrada tiene nombre y apellido: el jacobinismo racionalista.
El racionalismo jacobino es uno de los peores enemigos de los proyectos republicanos porque lleva a considerar que las instituciones se asemejan a paredes que pueden derribar[1]se y construirse a voluntad y, por lo tanto, las sociedades pueden refundarse de acuerdo a un planeamiento racional. Desde la revolución francesa –pasando por las revoluciones hispanoamericanas, la revolución bolchevique, el asalto al poder de los nazis, la revolución cultural china y los recientes asaltos al poder de Chávez y Morales– el jacobinismo revolucionario ha sido la ideología de los refundadores de la sociedad que lo destruyeron todo. Ese mismo jacobinismo lleva a creer que se pueden a hacer reingenierías sociales de instituciones naturales que evolucionaron a lo largo de siglos: propiedad, familia, mercados, lenguaje, mestizajes y naciones.
Recuperar el concepto de república entonces es vital para seguir luchando por la libertad, para preservar las bases de la sociedad occidental que han construido los mejores momentos de la humanidad. Una república es una idea simple, un trazo simple, pero lo es todo para la libertad. Un sistema de gobierno basado en instituciones más fuertes que las mayorías circunstanciales, más fuertes que los caudillos y las masas que exigen referendos y constituyentes. Es decir, un sistema de gobierno que puede controlar el poder de un caudillo, de ciertas oligarquías y de las muchedumbres enardecidas que asaltan las instituciones alentadas por proyectos de tiranos. Como solía decir Alexis de Tocqueville, en las repúblicas modernas las mayorías eligen a las autoridades, pero el gobierno solo se ejerce a través de las instituciones.
El tercer número de SPQR está dedicado al asunto republicano, para ello se ha convocado a intelectuales y periodistas de Hispanoamérica y España. Sorprenderá observar cómo los defensores de la libertad en el espacio iberoamericano tienen ideas tan diferentes sobre qué es una república. Existe entonces una tarea demasiado urgente que abordar.